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Decisión

21 Abr

Bueno, aquí os va otro relato. Este lo presenté al concurso que organizó la Asociación ACUP40K de Palencia. Por ello está adaptado para acomodarse a su extensión y requisitos. No ha sido premiado, asi que os lo pongo por aquí para que podáis disfrutarlo.

Sin mas, el relato:

DECISION

El día había comenzado francamente mal. Le habían despertado antes del alba, cuando por fin los constantes bombardeos del enemigo habían disminuido lo suficiente como para dormir.

Había aparecido un cuerpo –y que demonios le importaba a él-, muerto –mejor que haya sido otro-, en una zona del campamento donde solo los locos y los suicidas entraban –se lo tendría merecido-, pero el problema era que la muerte de un vulgar soldado o miembro de la administración no hubiera requerido la presencia de un miembro de la inquisición –lo cual era una mala señal-.

El oficial de intendencia que le habían mandado desconocía más detalles, con lo que la charla intrascendente que mantuvieron durante el desplazamiento hasta la zona donde estaba el cadáver no aporto nada a Ortiz. Cuando llegó al lugar, situado en las afueras del puerto de la ciudad -una zona ya problemática antes de la llegada del ejercito-, una gran cantidad de gente se agolpaba alrededor del cadáver.

La sombra de Korolis se proyectaba sobre la explanada como los colmillos de una boca que pretendiese cerrarse sobre Ortiz. Los chicos de la brigada 103 habían descubierto el cuerpo no hacia ni media hora, y la noticia había corrido como la pólvora. Y aunque el mando había ordenado acordonar la zona, la gente se arremolinaba junto a las barreras para intentar atisbar algo. Y es que, aunque un cadáver no era extraño en un campamento militar de este calibre, no todos los días se podía uno topar con algo de ese estilo.

El puerto era una zona degradada. Grandes naves para el almacenamiento de productos pesqueros crecieron durante años, sin un patrón determinado, eso fue antes de la llegada del Imperio, cuando todavía existía vida marina en los océanos que cubrían gran parte del planeta. Luego, dos décadas constantes de guerra habían acabado prácticamente con el 80% de la fauna local, especialmente con la vida marina. Miles de toneladas de explosivos químicos y nucleares habían arrasado los océanos, y la contaminación producto de los grandes barcos que descansaban en el fondo había envenenado las aguas más allá de cualquier esperanza de recuperación. Pronto las zonas portuarias de todo el planeta cayeron en la degradación, acogiendo a grandes masas de desempleados que se agolpaban en tabernas y burdeles. Focos de criminalidad comenzaron a surgir alrededor de grandes bandas que tras la invasión imperial se dedicaron tanto al tráfico de armas, como de licor, juego y otros entretenimientos mucho más… directos.

El tumulto organizado se debía en parte al morbo de un asesinato, pero más aún al hecho de que la naturaleza de la víctima fuera, por así decirlo, tan especial e inesperada. Ortiz maldijo por lo bajo, –esto solo significaría mucho más trabajo, papeleo, interrogatorios, horas de visionado de cámaras y problemas, esto siempre traía problemas-. Desde arriba le meterían prisa, –no se puede retrasar una campaña por un muerto-. Desde abajo todo el mundo iba a negarse a dar información, –nadie traiciona a un compañero.

La verdad es que su designación como encargado de la investigación, había sido más fruto de la casualidad que de un brillante expediente. Su transporte estaba haciendo escala en la zona cuando fue destruido en tierra por un contraataque repentino. Aun siendo quien era, los plazos que se estaban manejando para conseguirle un nuevo transporte hablaban de semanas o meses. Y eso si la contraofensiva que el enemigo estaba lanzando no acababa por expulsarles de allí.

Cuando consiguió por fin acercarse al centro, tras tener que hacer frente en un par de ocasiones a fornidos soldados cuya bravuconería desaparecía en cuanto sus ojos se posaban en las insignias que colgaban del cuello del joven interrogador, la visión que se presentaba ante él era… complicada.

En el suelo se hallaba lo que a todas luces no podía ser más que un Astartes –lo cual ya era de por sí bastante malo-, pero el problema era que en el planeta no había presencia de los elegidos del Emperador.

El dolor de cabeza se empezaba a formar tras sus cuencas oculares… las implicaciones de todas y cada una de las posibilidades oscilaban entre lo aterrador, lo increíble y lo desquiciante. Todo ello sin incluir lo que podría ocurrir en el caso de que los Astartes se enteraran de la situación por sus propios medios y decidieran realizar una investigación a su estilo, con violencia, rapidez y muchas bajas. Cosa que en ese preciso momento y en esa zona de guerra, el Imperio no podía permitirse. Claro que ocultar la muerte de uno de los suyos a los Astartes también podía desembocar en rápida violencia y muchas bajas… la primera, él.

Además, estaba el hecho que más o menos unas 50 personas, testigos directos del cadáver podían no ser lo más indicado para guardar un secreto. Un par de comentarios al Oficial al mando y pronto un batallón de soldados había retenido y subido a un transporte a todos aquellos presentes. Probablemente la mayor parte de las tropas acabaran en regimientos en primera línea y los civiles, bueno, los civiles pasarían el resto de su vida en batallones penales, – lo que hacía que su ya escasa esperanza de vida, se redujera drásticamente-. Claro que lo que ocurriría si corría la voz de que un Astartes había sido asesinado, hacía que el menor de los males fueran 200 o 300 vidas perdidas.

La fría luz de las lámparas del laboratorio iluminaba el cadáver, al que todavía no habían despojado de su túnica. Los dos medicae que estaban en la sala se miraban con preocupación; violar la integridad de un Astartes era algo para lo que querían una orden directa y un responsable. Ninguno de los dos pondría una mano encima del Astartes hasta que hubiera una autoridad suficiente en la habitación. Aunque los dos estaban convencidos que, si los ángeles del Emperador se enteraban de aquello, ni siquiera estar bajo la protección del mismísimo Lord Inquisidor de Terra les salvaría de una horrible muerte. Además, el hecho de que, por recomendación directa del Interrogador Ortiz, estuvieran en el ala de máxima seguridad, tampoco les terminaba de tranquilizar lo mas mínimo.

Tras pasar varios controles y adentrarse en lo más profundo del edificio, Ortiz entró en la zona de seguridad del departamento Médico del batallón. Caminaba con preocupación en dirección a laboratorio, todavía no tenía claro si iba o no a dar esa orden. ¿Qué haría? ¿Cuál era la respuesta correcta? Dar la orden de realizarle la autopsia podía desembocar en un conflicto directo con el Adeptus Astartes. No hacerlo y descubrir que se enfrentaban a una enfermedad contagiosa llevaría a miles de muertos y a una posible pérdida del frente de batalla. Además, como más alto representante de la Inquisición en el sector, absolutamente nadie tendría valor para aconsejarle.

El silencio precedía el laboratorio médico, la falta de la habitual cháchara monótona de los aprendices se hacía más presente en tanto el silencio se apoderaba del lugar. Ortiz dudaba, su mano, detenida a escasos centímetros del lector de apertura de la puerta, estaba congelada. El vello de su nuca se erizó cuando presintió que algo iba mal. Sus capacidades pre-cognitivas siempre habían demostrado ser acertadas, pero esta vez deseó que fuera un error. Una mala pasada fruto del cansancio acumulado.

Abrió la puerta, con todos sus sentidos alerta, preparado para cualquier cosa, -para cualquier cosa menos para lo que encontró…

En el suelo frente a la puerta se encontraban los cadáveres de los dos medicae, pero algo estaba mal, los cadáveres habían sido cuidadosamente despellejados, sus cuerpos brillaban bajo la mortecina luz del laboratorio bañados en sangre sin coagular. Los ojos miraban hacia la puerta en una pétrea mirada que dirigían a Ortiz, la piel de los parpados y los labios había sido cuidadosamente retirada y doblada a su lado, en una tarea que solamente el fruto de la repetición podía haber permitido realizar tan rápido. –Solo hacia veinte minutos que había hablado con esos dos hombres-. Ortiz se giró alarmado buscando el cadáver del Astartes, pero ya no estaba en la camilla. De pronto sintió como una garra le atenazaba el cuello ahogando un grito que comenzaba a formarse en su garganta. Sus pies dejaron de tocar el suelo y se encontró mirando fijamente a unos ojos negros sin pupila enmarcados en una cara que ya había visto antes.

Notaba como sus articulaciones se rompían una tras otra, los tendones se le desgarraban y todo su cuerpo parecía arder, unos dedos sin uñas trataban de arañar la pared contra la que le sujetaban. Los espasmos de dolor que recorrían su columna amenazaban con partírsela en dos, sus dientes, incapaces de soportar el esfuerzo estallaron, llenándole la boca de esquirlas que se incrustaban en el paladar.

Ortiz se desmayó, su cerebro incapaz de procesar absolutamente nada más se protegió desconectándose del resto de su cuerpo mientras una reconfortante sensación de paz le envolvía.

-Vaya, después de todo no había sido necesario tomar ninguna decisión-.

 
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Publicado por en 21 abril, 2020 en Relato

 

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